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Crecer con una madre indocumentada
por Sebastian Diaz
9 de diciembre de 2018
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Recuerdo jugar Grand Theft Auto: San Andreas en secreto en mi recamara la noche antes de mi primer examen de conducir. Dado a mi por un amigo de mi vecindad, Mamá pensaba que el videojuego era demasiado obsceno para mi y mis hermanos jugar, especialmente a mi tierna edad de 16.
Conduje velozmente por la ciudad. Varias colisiones frontales, conduciendo en el carril equivocado, el disparo ocasional, todo esto mientras escuchaba la estación de música rock inferior del juego.
Ahora, si hago esto exactamente, estaré destinado a pasar mi examen, pensé en broma.
Así practiqué. Todo juegos, pero nada de acción real.
Ninguno de mis padres tienen licencias de conducir. Es difícil conducir legalmente con mis padres porque no tienen ninguna documentación estadounidense como un acto de nacimiento o una residencia. Entonces, no había manera de que yo, a los 16 y sin seguro, saliera a la ciudad a manejar con ellos. Solo había conducido dentro de los parámetros de mi vecindad cuadrícula, donde el límite de velocidad nunca superaba más de 15 millas por hora. Pero todavía era ilegal.
Estaba listo para tomar mi examen. Saqué una buena nota en el exámen escrito sin estudiar. ¿Qué tan difícil podría ser la parte de conducción?
La mañana de mi examen de conducir fue relativamente tranquila. Pase por mi rutina como siempre: me bañaba por mucho tiempo, arreglaba mi pelo como si estaba en una peluquería y escuchaba a Mamá gritando para poder irnos a tiempo desde nuestro humilde y pequeña casa móvil. Tomé toda la documentación correspondiente: mi acta de nacimiento, mi tarjeta de identificación estatal y mi licencia de aprendiz. Mamá me llevó a la jefatura de policía estatal en Little Rock en el Honda Odyssey que compró en efectivo hace unos cinco años.
“¿Te sientes listo?” Mamá preguntó mientras conducía.
Sí. Le dije que estaba listo, pero pude sentir mi corazón acelerar mientras golpeaba mi pie nerviosamente. Cuando llegamos a la jefatura de policía estatal, mi mamá parecía alegre. Si lograra a pasar mi examen, mis mandados cotidianos ya no serían ilegales. Por hecho de conducir, podía aliviar los miedos de mis padres de violar la ley cada vez que salíamos.
Después de unos 10 minutos, llegue al frente de la fila, Mamá a mi lado, cabeza en alto y cuerpo relajado. La oficial de policía que atendió la mesa de recepción pidió mis papeles, que amablemente entregué. Los revisó y luego pidió la licencia de conducir de Mamá. Mamá rebuscó en su bolsa y le dio su tarjeta de identificación mexicana a la oficial, su única forma de identificación real. Miré a mi mamá y vi su cara caer. Traté de no mostrar emoción para no causar una escena. Cuando solicité mi licencia de aprendiz, nadie le pregunto a mi mamá por su licencia de conducir. Desde ese punto, nuestro optimismo nubló nuestras dudas. Pero parte de mi sabía que esto pasaría, que nos interrogarán. En el fondo, creo que mi mamá también sabía.
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Arte por Raleigh Anderson
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Mi mamá es un inmigrante indocumentada de México, lo cual es un poco problemático viviendo en Bryant, Arkansas, un suburbio pequeño y predominantemente de personas blancas. No hay mucha gente en que podemos confiar con esta información. Si confiamos en la persona equivocada, podrían amenazarnos con exponer a mi mamá o usar su estatus migratorio en contra nosotros de alguna manera. Cada uno de mis hermanos, mi mamá y yo llevamos a cabo nuestras vidas meticulosamente, ignorando la realidad en casa, dirigiendo la atención lejos de Mamá que no es una ciudadana.
Al crecer, nunca cuestioné el estatus de mi mamá, y ella realmente nunca lo discutió con la familia. ¿Por qué yo, como niño, me preocuparía por estatus legal de mí mamá si todas de las necesidades familiares eran satisfacidas? Mamá tiene un trabajo; tenemos una casa, un lugar para dormir, comida en la mesa cuando debe estar ahí, automóviles para transportación, ropa para cubrirnos – todas las cosas que la gente normal tiene. No fue hasta que crecí un poco y tomé clases de cívica en la secundaria que me di cuenta del peligro de ser considerado un “inmigrante indocumentado,” o peor, “extranjero ilegal.”
La actual administración presidencial supone que los inmigrantes están invadiendo los EE. UU., y el presidente Donald Trump ha prometido proteger a los ciudadanos americanos de esta supuesta amenaza. Una caravana de migrantes de Centroamérica de unas 3.000 personas están viajando hacia los EE. UU para escapar la pobreza y la violencia de sus países de origen. Mientras tanto, Trump quiere desplegar miles de soldados para combatir los inmigrantes en la frontera. Entre el 20 de enero del 2017 y el 30 de septiembre del 2017, oficiales del departamento de Inmigración y Control de Aduanas de EE. UU. deportaron 61.094 personas. Bajo la administración de Trump, una política pública de cero tolerancia manda el enjuiciamiento de todas las personas que entran a los EE. UU. ilegalmente. Como resultado, si padres cruzan la frontera estadounidense ilegalmente en compañia de niños, los niños quedarán bajo la custodia de Salud y Servicios Humanos de EE. UU. mientras los padres quedan bajo la custodia del Departamento de Justicia de EE. UU. En junio de 2018, oficiales de Aduanas y Protección Fronteriza reconocieron que separaron 2.053 niños de sus familias en la frontera. Oficiales luego reunieron 522 niños con sus padres.
Nadie adivinará que soy un bebé ancla, significando que nací de una madre extranjera e indocumentada en un país que ofrece ciudadanía por nacimiento. Por la 14 Enmienda, mis hermanos menores y yo somos ciudadanos estadounidenses, aunque Trump quiere desafiar la Constitución y eliminar este derecho.
En esta época de familias que están siendo separados únicamente porque alguien en la familia es indocumentado, estoy más que feliz viviendo baja la suposición que tengo una familia “normal” – una madre y un padre que son ciudadanos que proveen para la familia cómodamente. En mi caso, suposiciones incorrectas equivalen a seguridad. Pero en frente de una oficial de policía en el Departamento de Vehículos Motorizados, no había ningún lugar para que mi mamá se escondiera.
La oficial confiscó las llaves de Mamá hasta que ella pudiera contactar a alguien con una licencia válida que nos podría recoger. Sacó su teléfono celular de su bolsa, buscó desesperadamente sus contactos y le mandó un mensaje a una de sus compañeras del trabajo.
“Humillada y degradada, así me sentí,” Mama me dijo recientemente mientras reflexionaba sobre esa mañana.
Mientras esperábamos que la compañera de mi mamá nos recogiera, sentados en asientos beige cerca de la entrada del edificio, me volteé y vi lágrimas corriendo por la cara de Mamá. Quería consolarla pero no sabía cómo mostrar mis sentimientos. Tenía mis brazos cruzados firmes, mi cara contemplativa mientras viendo alrededor del cuarto. No pude decir una palabra.
“¿No vas a decir nada?” Mamá preguntó con amargura. “¿Vas a sentarte aquí callado mientras que esto sucede? ¿No te importa?”
Mi silencio implicaba que no me importaba la situación, lo cual la frustraba.
¿Pues qué se supone que debo hacer ademas de sentarme aquí callado? Pensé. Mama puso los ojos en blanco y siguió mirando al suelo, apoyando su cabeza en sus manos.
Estaba molesto, pero no a mi mamá. Nunca a mi mamá. Estaba molesto con el gobierno. No decidí nacer como bebé ancla. Mamá no quiere estar aquí ilegalmente. Quiere ser ciudadana, pero el ser indocumentada en los EE. UU. hace el proceso largo de naturalización riesgoso. Un paso equivocado puedo acabar en su deportación.
La mañana de mi primer examen de conducir terminó en fracaso. La compañera de mi mama nos recogió después de una hora de esperar en la jefatura de policía estatal. Regresé a la escuela como si nada hubiera ocurrido, y Mamá se fue a trabajar en la tarde, queriendo olvidar la situación enteramente.
UN PROCESO DIFÍCIL
En las últimas semanas de este verano anterior, Mamá y yo finalmente nos sentamos a la mesa del comedor para hablar sobre su historia para este artículo. Mamá se detenía a menudo cuando hablaba, y en ciertos puntos, se limpiaba una lágrima de los ojos, regando su máscara.
Ella era tan solo una adolescente cuando cruzó la frontera. En Tijuana, México, Mamá se contactó con algunos conocidos que la ayudarían a emigrar a California. Una ciudadana estadounidense que se parecía a mi madre terminó sin ir con el grupo, pero le dio su tarjeta de identificación para ayudarla a cruzar la frontera. Cuando llegó el momento de pasar por la aduana y la seguridad fronteriza, los oficiales de la patrulla fronteriza no interrogaron a mi mama y pudo cruzar la frontera de manera relativamente fácil.
Obtener la ciudadanía o la naturalización no es tan simple como firmar un pedazo de papel y prometer lealtad a la bandera estadounidense. El proceso comienza con la adquisición de una tarjeta verde o un estado de residente permanente legal. Aproximadamente 264.000 personas obtuvieron el estatus de residente permanente legal en el primer trimestre del año fiscal 2018, según el Departamento de Seguridad Nacional de EE. UU. El solicitante debe de vivir en el país por cinco años consecutivos antes de solicitar la naturalización o tres años si la persona está casada con un ciudadano estadounidense. En promedio, los oficiales tardan aproximadamente 10 meses en procesar la solicitud de naturalización de una persona, según los Servicios de Ciudadanía e Inmigración de EE. UU.
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La gente se reúne el 17 de septiembre en la intersección de Dickson Street y College Avenue en Fayetteville, Arkansas, para protestar por la eliminación de Deferred Action for Childhood Arrivals. DACA es un programa nacional establecido para otorgar estatus legal para jóvenes inmigrantes elegibles. Foto por Kevin Snyder de The Arkansas Traveler
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Cualquier persona que busca la naturalización debe cumplir con ciertos criterios para ser considerado, como tener 18 años o más y tener estatus de residente permanente. Si el solicitante responde “No es cierto” en declaraciones, como apoyar la constitución estadounidense, saber leer y escribir en inglés o tener conocimiento básico de la historia de los, no son elegibles para aplicar. Si la persona es elegible, entonces llena un formulario de 20 páginas y lo envía a los Servicios de Ciudadanía e Inmigración de EE. UU. Luego, los oficiales programan una entrevista con el solicitante, y si es aceptado, el solicitante recibe una invitación a la ceremonia de Juramento de Lealtad y luego se le otorga la ciudadanía.
Durante el año fiscal 2017, el Departamento de Seguridad Nacional de EE. UU. procesó 986.851 solicitudes de naturalización, según el sitio web de la agencia. Alrededor del 8 por ciento fueron denegadas. Como Mamá vino a los EE. UU. sin ninguna autorización, no puede solicitar la residencia permanente por su propio mérito, pero ella me tiene. Cuando cumpla los 21 años puedo iniciar el proceso de patrocinio para ayudar a Mamá a obtener su estado de inmigración legal. Pero no hay garantía de que el proceso funcione.
Mi hermano y yo hablamos con José Aguilar Salazar, un representante en el Consulado de México en Little Rock, para discutir cómo se llevaría a cabo el proceso para obtener la ciudadanía para mí de mi mamá. Para que mi mamá obtenga la ciudadanía estadounidense, debe haber residido en los EE. UU. durante al menos 10 años, tener un patrocinador, demostrar buen carácter y sufrir dificultades extremas, dijo Salazar. Los criterios son vagos, por lo que Salazar dijo que tendríamos que consultar a un abogado y presentar información como las declaraciones de impuestos de nuestra mamá y expresar que su estado migratorio ha afectado a los que viven con ella. Mi dificultad para obtener una licencia de conducir probablemente califica. Podríamos crear un caso para obtener la ciudadanía desde allí.
Mamá es optimista y cree que podrá obtener la ciudadanía, pero todavía duda, dijo.
“Es una situación compleja con varios prerrequisitos,” dijo Mamá. “Me sentiría más confiada si tuviera suficiente dinero para un abogado que podría ocuparse de mi caso. He oído de algunos casos que no han terminado bien para la persona.”
Si su petición fuera rechazada, mi madre probablemente tendría que asistir a la corte de inmigración para audiencias de deportación y posiblemente enfrentar la deportación.
CON MÁSCARA, SIN MÁSCARA
Vivo en el engaño. Mi piel es lo suficientemente pálida para pasar como blanco, y mi inglés es un poco más refinado que el de la mayoría de los hispanohablantes quienes usan palabras quebradas y hablan con acentos pesados. Cuando hablo español, la gente hace preguntas o hace bromas.
“¿Dónde está tu tarjeta verde, hermano?”
“¿Saltaste o nadaste?”
“Estás demasiado pálido para ser mexicano”.
A veces seguía el juego y cedía a las microagresiones de las personas – incluso me reía con ellas. A veces, bromeaba diciendo que realmente soy un extranjero ilegal. Recibí una risita aquí y allá, tal vez un ojo enojado o un “Cállate, hombre,” con una risita. Cada chiste con respecto al estatus legal me golpea personalmente, pero tengo que seguir el juego. Debo actuar neutral o apasionadamente contra la inmigración ilegal para no despertar sospechas.
A través de todos los chistes crudos hechos, me siento frustrado, no tanto hacia los demás sino hacia mí mismo. No crecí con un fuerte sentido de identidad mexicana dentro mi casa. Todavía me siento como un niño blanco americano dentro de un cuerpo mexicano. Debido a que casi no salgo con personas de la misma etnia que yo, carezco del sentido de comunidad hispana. Solo conozco esa comunidad en casa, pero incluso en casa, no hay un fuerte sentido de la tradición y cultura mexicana.
En un día normal, regresábamos a casa de la escuela para ver a mi mama preparándose para irse a trabajar como mesera en un restaurante mexicano en North Little Rock. Mamá preparó la cena para todos, normalmente carne asada con arroz y frijoles y tortillas calientes de la estufa. Mis hermanos y yo llenábamos nuestros platos y sentábamos en la mesa. A este punto, Mamá habría dicho “adiós” y “te quiero.” Mi papá, que no vivía con nosotros, vino a cuidarnos mientras ella no estaba. El resto de la tarde se dedicó a hacer la tarea, tocar música o pasar tiempo con amigos afuera hasta que llegó la hora de acostarse.
Ese es el México que conozco, ubicado en una pequeña área de la América blanca. En casa, no reconozco el México que se muestra en los medios de comunicación ni me relaciono con las historias que escucho de amigos que han viajado allí. Todo lo que sé es que mi mama es de allí. Todo lo que sé en casa, en la humilde y pequeña casa móvil donde reside mi herencia cultural, es que el estilo de vida de mi mamá es ilegal en este país.
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Sebastian posa para una foto con su madre, cuyo rostro nos escondí para proteger su identidad. Ilustración por Raleigh Anderson
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Había pasado toda mi vida sin decirle a nadie que mi mamá estaba indocumentada. Incluso mi mejor amigo Noah, a quien conozco desde el tercer grado, no tenía ni idea. Noah, como cualquier otro de mis amigos, estaba bajo el supuesto de que mi mamá sólo tenía una tarjeta de residencia como cualquier otro inmigrante que esperaba el estatus de ciudadanía. No fue hasta este verano anterior, cuando comencé a trabajar en este artículo, que le conté. No mostró una cara de sorpresa o decepción, sino simplemente de comprensión, como si mi comportamiento en casa y en público finalmente tuviera sentido para él. Una sensación de alivio se apoderó de mí, y me sentí en paz.
ESPERANDO EL CAMBIO
Una semana después de nuestro intento fracasado, regresamos a la jefatura de policía estatal para que pudiera tomar el examen de habilidades. Esta vez estuvimos un poco más preparados. Mamá le pidió a otro amigo suyo que nos ayudara, y él estaba dispuesto a dejarme que me prestara su auto. Mamá se estacionó en Waffle House, donde nos reunimos con el amigo de mi mamá, quien nos llevó para asegurarnos de que nadie viera a mi mamá detrás del volante.
En esta ocasión, los oficiales aprobaron al amigo de Mamá como mi guardián porque él tenía una licencia y un seguro válido. Así que me fui. Un oficial me acompañó hasta el vehículo, y conduje con precaución, con el radio en una estación de música rock de bajo volumen, tal como había practicado mientras cruzaba San Andreas en Grand Theft Auto hace una semana.
Mamá y yo desayunamos en Waffle House. Miramos mi nueva licencia, todavía caliente de la impresora. Un chico joven con cabello negro azabache me devolvió la sonrisa desde la tarjetita de plástico. Una paz nos invadió mientras disfrutamos nuestros waffles con el sirope en el restaurante lleno de gente.
“Fue un alivio,” dijo Mamá en reflexión. “En todo caso, me alegró que finalmente hubiera alguien en la familia que tenía una licencia.”
Todavía me faltan dos años para los 21 años. Entre ahora y entonces, no hay mucho que puedo hacer por Mamá menos centrarme en mis estudios académicos para obtener tantas becas como sea posible y disminuir su carga financiera.
¿Y Mamá? Pues, ella sigue siendo una mesera en el restaurante mexicano. Para su consternación, es el único tipo de trabajo que mi mamá puede hacer, y paga las cuentas. Los eventos actuales y hablar con Salazar en el consulado me recordaron que mi mamá no está sola en su lucha. Me dijo que la gente como ella trabaja siete días a la semana, aprovechando las extrañas horas que nadie más quiere para asegurarse que mantengan sus trabajos. A menudo trabajan para mantener a una familia, para tener comida lista en la mesa a la hora de la cena, como en cualquier otro hogar. Sólo quieren vivir otro día.
Mi mamá todavía sueña con tener una casa, ir a la escuela y ascender en la escala social. Esta licencia no solo me dio la capacidad legal para conducir, sino que también le dio a mi mamá un sentido de validación: que algún día ella también podría tener una pequeña tarjeta de plástico como su hijo. A pesar de todas las luchas de vivir como un inmigrante indocumentada, mamá mantiene su optimismo, tratando de ver la panorama general.
“Gracias a mis hijos, y a las buenas personas que he conocido en el camino, puedo mantener una actitud positiva,” Mamá dijo.
Mi mamá tiene dos años más para ahorrar dinero para poder contratar a un abogado que se encargar de su caso por la ciudadanía. Su optimismo, aunque a veces agitado, nunca la abandona. Puedo ayudarla a cumplir sus sueños, igual que ella me ayuda a lograr los míos. Es solo cuestión de tiempo.
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